domingo, 29 de enero de 2012
Abbey Road - Av. Grau - Abbey Road
Hace aproximadamente veintidós años la Av. Grau estaba abarrotada de ambulantes que los transeúntes tenían que sortear de muchas formas. Una de ellas era deteniéndose a comprarles, como si el remedio fuese peor que la enfermedad. Basura, restos de comida, pequeños desmontes, ríos de orines, se mezclaban con los vendedores de libros, revistas, LPS, casettes. Las calles literalmente estaban invadidas por ellos, las veredas eran su propiedad y nosotros los mansos comensales de ese festín cultural del pueblo.
Tenía nueve años, ya sabía lo que eran Los Beatles porque en la casa de mi abuela entre los discos de marinera norteña, música criolla, boleros y huaynos, reposaba el álbum rojo, que junto al azul, también había tenido la ocasión de escucharlos, fascinado, en la casa de mi tía Manuela, cuando en los veranos la visitaba para pasar las vacaciones del colegio, y podía jugar con mis primos, aprender de ellos, ver La pequeña maravilla, Manimal, Alf, y todas las series que pasaban por Canal 2 o 13, y que normalmente no podía ver porque la señal no llegaba a Comas al no existir repetidora. En mi casa, Eduardo y Jesús, mis hermanos mayores, respiraban música. En casettes Maxell o Sony o TDK tenían compilatorios de muchos artistas, que se habían hecho grabar en las tiendas que vendían y reproducían, así como de la radio. Además de los discos que habían ido adquiriendo. Los Beatles no podían faltar en esa colección.
No recuerdo con nitidez cuál fue la excusa para salir aquel día, pero terminamos en Grau, sofocándonos con el calor de un mediodía de verano. Los cassettes se disponían en el piso y era un mosaico de carátulas. Me detuve, estiré la mano y recogí del suelo uno cuyo título rezaba: The Beatles. 20 éxitos de oro. Y como eso no bastara la portada tenía una ilustración de un disco de vinilo con los rostros de John, George, Ringo y Paul, bañado en oro. Alcé el rostro y Jesús me miraba, expectante. En seguida preguntó: ¿Lo quieres? Asentí. Le acercó los intis al vendedor, y de esa manera tuve mi primer Beatles. Curioso yo, recogí del suelo otro, que a él también le gustó, se llamaba Las baladas de Los Beatles, que me parece Iempsa había compilado. Lo compró también, creo que con la esperanza de que fuera suyo pero al final me lo terminé quedando. Puedo dar fe que ese fue el día en el que oficialmente empezó la enfermedad, pues si antes habían estado presentes, desde ese día me pertenecían, podía escucharlos una y otra vez, cuantas veces quisiera. Los temas se dividían en los dos lados, A y B, de la siguiente manera: She loves you, I want to hold your hand, Can´t buy my love, A hard day´s night, Ticket to ride, Help, Something, We can work it out, Michelle, Hey Jude. All you need is love, Penny Lane, With a little help from my friend, Lady Madonna, Paperback writer, Ob-la-di-Ob-la-da, Yesterday, Get back, Here comes the sun, Let it be.
Existen formas de andar el tiempo, como decía el poeta Whestphalen, de vivir y contrarrestar el infortunio, de darle sentido a las cosas. Una de ellas definitivamente es ser beatle; porque todos los que amamos su música, quienes descubrimos algo nuevo cada vez que los escuchamos, somos beatles. Y aquella vez que estiré la mano para coger el primer audio beatle que me pertenecería, se sumó uno más a esa larga lista de integrantes, un niño, como tantos otros que en algún momento de sus vidas se ven tocados por una magia de la cual ya no hay retroceso.
El año pasado sucedió algo que en mi niñez, en mi adolescencia, en mi juventud y en la adultez no esperé sucediera: ver y escuchar tocar a un beatle. Ese día caí en cuenta que los sueños se cumplen, que no estaba equivocado, y que mi hermano, mucho más sereno que yo pero sumamente feliz, estaba a mi lado, coreando esas canciones que nos habían acompañado desde la niñez. Así que ahora sé, que en un futuro no muy lejano, cual si sortease ambulantes en la Av. Grau seguramente podré detenerme en un semáforo, empezar el paso por el cruce peatonal que desemboca a los estudios Abbey Road, en la avenida del mismo nombre, y que mi hermano irá descalzo, detrás, y con el paso cambiado.
sábado, 28 de enero de 2012
La habitación de mi hermano
Este blog nace con la muerte de Jesús, mi hermano.
Es una de las tantas formas de seguir teniéndolo cerca, y a pesar que ya ha pasado un poco más de un año de su partida la pena es una constante, es un sentimiento con el cual convivir. Pero, como le sucedió a él, nos queda un remedio para soportar la vida de la forma como se nos presenta: la música. Como lo son los libros, el cine, y las diferentes formas artísticas de la rebeldía, la música es un arma para ser felices. Todavía recuerdo a mi hermano envuelto en su mundo a través de ella. Muchas veces no lo comprendíamos, hasta nos llegaba a la irritación; las diferentes habitaciones de la casa a oscuras, solamente iluminadas por esas melodías que hoy día nos estallan en la cabeza de nostalgia, pero que uno las descubre fascinado porque han sido parte de tu vida y por lo maravillosas que son.
Este blog lleva por nombre El cuarto del Chu porque en la habitación de él han quedado los recuerdos más preciados, quizá el principal y el que me motiva a realizarlo es su gran colección de música: sus discos, cassettes, dvds y revistas. Ellos fueron su vida, una vida musical, de melómano; que nos envolvió, que son el marco musical de nuestra familia, que nos hicieron sentir, emocionarnos y ser felices. Y Chu porque así fue él: breve, simple y maravilloso hasta para mencionarlo. Así le deciamos: Chu, nuestro querido Chu, el que no quería que nadie lo moleste, que vivía muchas veces solitario, oculto, quien tenía una sonrisa de niño juguetón y unas manos limpias y hermosas. Él es mi hermano y la música y sus historias que nos acompañarán de aquí en adelante la pasión de su vida, que nos tocó y nos tocará por siempre.
Gracias, Jesús, por enseñarnos tanto, por darle el valor que se merece a las pequeñas cosas, y porque tu música, nuestra música, no muera jamás. Así como tú en nuestros corazones.
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